¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Philip K. Dick. Biblioteca El Mundo

(254 páginas. 7,50€. Año de edición: 2002)
No, no suena igual un título largo y extravagante como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que el contundente y evocador Blade Runner, película de culto que parte de este libro futurista de Philip K. Dick (autor de El hombre del castillo, cuya versión televisiva estoy viendo). Apenas recuerdo el clásico protagonizado por Harrison Ford (tengo que verlo de nuevo), pero entre el prólogo de Miquel Barceló y lo que no he olvidado, existen muchas diferencias, empezando por el protagonista, Rick Deckard, casado con la indolente, abúlica y depresiva Iran.

Rick en el papel es bien diferente. Lejos de la versión cinematográfica, tenemos a un hombre obsesionado por tener animales vivos en su tejado porque la oveja eléctrica que poseen, una copia androide del animal, no da el mismo prestigio, por más que nadie sepa que no es orgánica. Si a eso añade que su esposa requiere de aparatos para salir de la cama, lo que le queda es ser el mejor en lo suyo: cazador de bonificaciones, que se consiguen "retirando" androides rebeldes. Si no es el mejor, está cerca. Y sus motivaciones son por completo materialistas.

Me suena que en la película aparecía un mundo muy gris, lleno de  contaminación, como una ciudad china, pero abarrotada. Aquí, en cambio, el planeta está muy poco poblado porque casi todos los seres humanos han emigrado a Marte. Solo quedan los indispensables y los "especiales" o cabezas de chorlito, como John R. Isidore, que trabaja como conductor de una empresa de reparación de animales de imitación, y que es el segundo protagonista de la novela, narrada en tercera persona.

Los datos para contextualizar que se dan son escasos, pero suficientes: hubo una Guerra Mundial Terminal y más que ganarla o perderla nadie, la contaminación hizo que la Tierra fuera un planeta poco recomendable para vivir. Hay horas con emisiones tóxicas muy acusadas, y la mayor parte de las especies vivas han desaparecido. Ciudades como San Francisco, donde se desarrolla buena parte de la acción, funcionan a medio gas, un tanto adormecidas por los programas de televisión en los que el Amigo Buster resuena durante 23 horas todos los días.

Buster es, de hecho, la persona más famosa, junto con Wilbur Mercer, un anciano inmortal (debido a un bombardeo con cobalto radiactivo que le sumió en un mundo diferente) que da pie al Mercerismo, una especie de movimiento religioso y filosófico que está basado en una fusión física, mental y espiritual. Esta experiencia es un tanto confusa e incluye pedradas mientras se asciende. Mercer por lo visto está conectado a los demás porque en ese mundo-tumba está unido al metabolismo de otras vidas. 

Hay ideas muy originales y no tan enrevesadas, como el órgano de ánimos Penfield, un dispositivo que utilizan las personas para sintonizar diversos estados de ánimo ("discando" el dígito adecuado: por ejemplo, el 594 es el de "Reconocimiento satisfactorio de sabiduría superior del marido en todos los temas"; el 888 es "Deseos de ver la televisión, no importa lo que haya"), el concepto de kippelización (que viene de "kippel", que es la decadencia, el abandono y el vacío que amenaza con tragárselo todo) y esa lucha entre androide y ser humano (que hace poco hemos vuelto a ver con Westworld) con todas las reflexiones metafísicas acerca de la existencia y de lo que nos hace diferentes a las máquinas. 

Un grupo de androides llegan a la Tierra tras rebelarse de su esclavitud y de su soledad en el planeta rojo y la complicación para Rick es que son un modelo mejorado. Se trata de los Nexus 6, cuya similitud con los seres humanos es casi clónica. Apenas existe un método para reconocerlos: el test de empatía Voigt-Kampff, basado en las reacciones a preguntas de carácter emocional, aunque ofrece también ciertas dudas. El problema de dicho test es que la acción se ve resentida, porque no es lo mismo una caza con armas que enfrentándoles a una especie de detector de mentiras.

Su peligrosidad es tal que otro cazador de bonificaciones (sí, el término blade runner suena mejor), Dave Holden, ha acabado en el hospital al intentar atrapar a Max Polokov. Y al inicio de las pesquisas en la compañía Rosen, que fabrica los últimos Nexus 6, tarda en darse cuenta de que la sobrina Rachel Rosen es también una androide. Esta joven delgada de pelo negro y algo fría tendrá una aventura con Rick, aunque lo sentimental queda algo diluido en todo momento. Eso sí, este encuentro tuerce las cosas para Rick, que ya no ve a los androides de la misma manera, y menos si una de las que falta por retirar, Pris Stratton, tiene la misma forma.

Pocos personajes son descritos amablemente por el autor, quizás exceptuando al compasivo Isidore, e incluso su compasión se debe a su bajo coeficiente intelectual más que nada. Él acoge a Pris, que se está escondiendo, y en cambio ella lo trata de manera cruel y despectiva, incluso antes de que lleguen otros dos de los androides fugados, Roy Baty (líder del grupo) e Armgard Baty. No, no hay demasiada empatía entre autor y personajes.

La cantante de ópera Luba Luft resulta ser otra androide, y aunque ella trata de escabullirse dudando de la autoridad de Deckard denunciándole a otro policía, que le llevará a otra comisaría distinta a la que él conoce y le harán dudar de que dice la verdad, Phil Resch, otro cazador de bonificaciones, se pone un tanto sorpresivamente de su parte e incluso denuncia a su jefe, Garland, que resulta ser también otro androide. 

Los 22  capítulos no tienen mucha extensión y no cabe duda de que es una lectura rápida. Eso sí, la narración se pierde en conceptos un tanto extraños como ese mercerismo, el tema de los animales  vivos no debería ser la preocupación central del protagonista y no se explota del todo bien en algunos androides su confusión y su anhelo por llevar una vida normal, además de que se suelen entregar con poca lucha ante los cazadores. Además, el final es un tanto anticlimático, con una crisis de identidad de Rick, solventada con una revelación mística cuando se disponía a suicidarse.

Pese a no ser, ni mucho menos, una novela redonda, sus aciertos compensan su descompensación y además ser el origen de una película de culto para la ciencia ficción no es moco de pavo.


Comentarios

Albert Esteban ha dicho que…
Me parece una de las pruebas más palpables de que el libro no siempre es mejor que la película. De hecho, en este caso es peor. Además, respecto al título, en la película se ha cambiado porque el papel de los animales eléctricos es puramente anecdótico, lo que no ocurre en el texto.

Como dices, un libro estupendo. Pero una película maravillosa. Veremos que hacen con su secuela.
Juliiiii ha dicho que…
En efecto, Albert Esteban. Y veremos qué tal la secuela. Desde luego, tanto al libro como a la peli, le sobra material para ello.