The Handmaid's Tale. Temporada uno

(Hulu. 10 capítulos: 26/04/2017 - 14/06/2017)
Aunque me hayan faltado muchos estrenos por ver este año, no me cabe duda de que esta serie es una de las más importantes, ya sea este el 2017, sea cual sea el año en que se hubiera lanzado. Serión. Diferente, inquietante, sugerente, de las que además de entretenerte (y hacerte sufrir, se sufre mucho) te hacen pensar, y los pensamientos son muy perturbadores, puesto que no es difícil imaginarse un futuro como el que aquí se plantea, un futuro que en varios países y en varias circunstancias hoy en día ya se produce, un futuro dominado por el fanatismo religioso, por factores climáticos y por una supeditación de la mujer a aspectos meramente domésticos. Todo eso, pero llevado al extremo, es The Handmaid's Tail, la adaptación (por lo visto de manera fiel) de la novela homónima de Margaret Atwood.

Para entrar con buen pie a esta distopía bastan los primeros minutos del piloto: un matrimonio y su hija tratan de escapar, pero sin suerte. No nos explican nada, pero esa claustrofobia, esa sensación de impotencia, de última oportunidad para escapar de una pesadilla, anticipan lo que vendrá unos años después de esta especie de prólogo: bienvenidos a la República de Gilead, un estado totalitarista erigido sobre los restos de Estados Unidos. Más que por medio de una guerra, por medio de una renuncia pasiva a la paulatina pérdida de derechos: el derecho de las mujeres a trabajar, el derecho a manifestarse, el derecho a considerar a todos los hombres por igual. A mí esto de renunciar a tus derechos me suena mucho, si se antepone la palabra crisis y unos injustificables recortes en derechos básicos como educación o sanidad son perpetrados por encima de latrocinios varios y corrupciones sangrantes.

El entramado sobre el que operan los dramas de los personajes, principalmente los personajes femeninos, no puede ser más acertado y ocasiona esos aberrantes momentos que, contextualizados por la lectura bíblica por parte de unos fanáticos, nos resultan a los espectadores imposibles de imaginar en cualquier otra situación. Estamos hablando sobre todo de violaciones a las llamadas criadas, mujeres fértiles (estamos en un mundo donde, parece que por un virus, casi todas las mujeres son estériles) que forman parte del servicio de los principales dirigentes de este nuevo mundo. El ritual asociado a estas violaciones forma parte de este sinsentido, con la mujer encaramada encima de la criada, a la que cubre, carente de deseo y de pasión, previa lectura de palabras sagradas, el marido, el prócer de la familia, la única voz con derecho en ese casi apocalíptico mundo en el que las delaciones también juegan un papel primordial en esa opresiva ciudad que fue Boston (creo recordar) de la que ahora penden numerosos cadáveres, como recordatorios de quienes se salen de las directrices ortodoxas marcadas. Es decir, nada de homosexuales, nada de disidentes políticos.

Concretamos sobre una mujer, Offred (lo que me costó entender este extraño nombre, ni más ni menos que la concreción de la recurrente negación del valor de la mujer, que pasa a llamarse como el hombre a quien sirven, "de Fred", en este caso), antes June, casada con Luke (O-T Fagbenle, ni fu ni fa su trabajo) y madre de Hannah (Jordana Blake). ¿Y quién es esta Offred? Ni más ni menos que Elisabeth Moss (Dios salve a Peggy Olsen, Mad Men), que se despacha con un trabajazo lleno de matices y plagado de dificultades, no en vano tiene que transmitir lo contrario a lo que piensa en esa (aquí sí) justificadísima voz en off. Oculta por su uniforme de criada y por su papel en este nuevo y opresivo mundo, tendrá que luchar por no volverse loca o no escaparse como su predecesora en el suicidio si quiere volver a estar con su hija.

Porque no solo se la arrebataron, sino que además entró en una especie de escuela de reeducación, liderada por otra grande, Ann Dowd (más conocida como Patti, de The Leftovers), la temible y despótica Tía Lydia, una contundente señorita Rottenmeier con métodos expeditivos que sufre por ejemplo la en principio díscola Janine (Madeline Brewer, Orange is the new black), que luego acabará más para allá que para acá, y acabará siendo, como loca que está, un grito de injusticia. Allí se reencuentra con su amiga Moira (Samira Wiley, Poussey de OITNB, no me gusta demasiado su trabajo), a la que vemos también en alguno de los flashbacks que nos dejan entrever cómo se llegó a la situación actual.

Offred va a servir a la casa de uno de los principales dirigentes de esta nueva y lunática sociedad, el comandante Fred Wateford (Joseph Fiennes), un aparente pusilánime en el pasado que ahora, sin embargo, es una de las voces principales de Gilead, junto con su esposa Serena Joy (espléndida también Yvonne Strahovski, que no lograba asociar con la Hannah de Dexter), una mujer recta y estricta que, sin embargo, alberga contradicciones o al menos reparos al ver que los hombres sobre los que ha depuesto todo su poder (pues ella fue una de las teóricas que apoyaron la revolución) siguen siendo débiles. No obstante, no nos da ni asomo de pena ni podemos compadecerla por sus ansias de maternidad. Ella misma se ha labrado su presente.

En la casa de los Wateford, además de la criada, tenemos a una cocinera, Rita (Amanda Brugel), o un chófer, Nick (Max Minghella), con quien Offred tendrá relaciones, en un angustioso SOS dirigido a alguien a quien no esté obligada a entregarse, pese a que este es un Ojo (uno de los vigilantes emboscados) y, en el pasado, una persona sin ningún rumbo fijado, un poco a la deriva entre trabajos no muy duraderos. Otra criada destacada, pese a que su periplo por la serie no es muy largo, será Ofglen (Alexis Biedel, Las chicas Gilmore), quien pondrá en contacto a Offred con la Resistencia.

No hay ningún capítulo que esté de más, ni momento que sobre. "Blessed be the fruit", se pronuncian las criadas unas a otras, aunque por dentro más bien pronuncian "Nolite te bastardas carborundorum". La estética en todo momento es la apropiada, incide en esa asfixiante atmósfera, y tiene espacios a la esperanza, como la de Canadá, la frontera con Gilead, que en el último episodio da (¿sin pretenderlo?) una lección a los países de la Unión Europea sobre lo que debería ser un país de acogida de refugiados.

Es de esperar que la segunda temporada, una vez expuesta la situación (sobre la que no profundizan, te quedas con ganas de más para ver cómo se ha transformado tanto un país), se centre en lo que sobre todo se muestra en el episodio 8, Jezebels, en el que June y Moira se reencuentran de nuevo, y en el que vemos cómo el entramado religioso es una hipocresía, pues este hotel clandestino no es sino un prostíbulo. Es decir, en cómo la resistencia va a ir creciendo, al igual que la oposición ante este régimen totalitario tan espantoso. 
"It's their fault. They should have never given us uniforms if they didn't want us to be an army".
Crecerá a la par de la admiración de los espectadores, que no sabíamos de la necesidad en las pantallas de una ficción como esta, aunque solo sea a modo de espejo en el que mirarnos para que nunca lleguemos a acabar así.

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