Taboo. 1ª temporada

(FX. 8 episodios: 07/01/17 - 25/02/17)
Uno de los estrenos más potentes y esperados del 2017 era este de Taboo, y ha resultado ser uno de los petardazos más contundentes. Petardazo o petardo o bluf, como se prefiera. Qué pena que tantos esfuerzos, esa producción tan manierista y recargada para recrear los albores del siglo XIX en Londres, haya quedado reducida a pretexto para el lucimiento de Tom Hardy.

Porque si esta serie se hubiera llamado Hardy y sus amigos, Hardyest, El gran Hardy, Hardy y su chistera, Hardy Potter o Las aventuras de Hardy y cuatro que pasaban por ahí, hubiera dado lo mismo. El 70% del metraje que el espectador contempla le pertenece a este actor con tanta reputación; que sí, es muy intenso, tiene muy buena planta y todo lo que se quiera, pero aguantar cómo camina tres cuartas partes de los 60 minutos que dura cada episodio, se hace muy pesado. O eres su madre, o eres un/una enamorado/a de la planta del actor y disfrutas de esos muchos minutos en los que está en la casa, con una blusa y sin pantalones, murmurando palabras "prohibidas" en africano o lo que sea eso, o no hay quien lo aguante.

Taboo es realmente Hardy en diferentes registros que no son tantos en realidad, puesto que se reducen a Hardy con mirada profunda y gesto serio, inabarcable. Su James Keziah Delaney responde casi siempre igual a aquello que le sucede: que si se ha muerto su padre, le quita las monedas de los ojos y a otra cosa mariposa (pero con intensidad); que si se encuentra a su hermana, le dice que la quiere pero como quien dice que quiere un chupachús (intensamente); que si se llena de hollín o de barro o se fuma alguna sustancia, suelta palabras a lo chamán quedamente y oye, qué miedito (más intenso); que si le torturan para sonsacarle información, voz ronca y, ante todo, que parezca que domina la situación (que para algo somos intensos). 

No por algo la hechicería, nigromancia, vudú o lo que quiera que practique este hombre que estuvo en África (no se explica en ningún momento salvo en flashbacks a modo de alucinación psicodélica en los que sale su madre aborigen pintada de negro y blanco), le suele dar ventaja para todos sus pasos. Eso y una red de espionaje bastante elaborada. Pero lo importante es la pose: apretar la mandíbula y mirar al horizonte. Que te pregunten algo y tú respondas cualquier otra cosa o mires al infinito y salgas caminando con esos andares rudos, elaborados, cinematográficos. Oh, qué hombre. De mayor quiero ser Tom Hardy.

Otro de los pecados de esta Hardyserie es haber sacado fea a Oona Chaplin. Su Zilpha es una abominación y una ridiculez. El pasado incestuoso de ambos y el matrimonio chapucero y ridículo con Thorne Geary (Jefferson Hall, Vikings) se reduce a abrir los ojos cual sapo desmesurado cada vez que su James se le cruza por delante. El no va más, el sexo telekinésico que casi le hace levitar en su cama. Pobrecita, qué pálida, ojerosa, fea y estúpida ha quedado. Hasta su salto al Támesis es amorfo y cutre.

Debería haber avisado de spoilers, pero tampoco hace demasiado falta. La trama es una sucesión de absurdeces gilipollescas que giran en torno a Nutka, un territorio en Alaska que se disputan Inglaterra y Estados Unidos y que le habían cedido al padre de James. Los malos de la película, aparte de ese príncipe cuasi leproso (cuánto maquillaje para Mark Gatiss, nuestro querido Mycroft en Sherlock) y su ayudante de cámara Salomon Coop (Jason Watkins), pertenecen a la todopoderosa compañía naviera East India Company, liderada por el corrupto y despreciable High Sparrow, perdón, sir Stuart Strange (Jonathan Pryce, tataratatara abuelo del doctor Strange). A sus dos acólitos, John Pettifer y Benjamin Wilton, no le dedicamos ni una línea más de lo intrascendentes que resultan.

Me van a perdonar los guionistas, pero no se entiende cómo un recién llegado y advenedizo, por más que sea un Tom Hardy sin capa pero con chistera y levita, les toca tanto las pelotas y apenas le dedican una puñalada por parte de un sicario de mala muerte. Es como en el último capítulo, cuando le preparan un barco alternativo a Delaney y las huestes del príncipe regente envían tropas y más tropas pero ninguna fragata que encañone al barquito de oh, todopoderoso y maravilloso Hardy.

Pido perdón de antemano por dedicar más espacio del que debía a alguien que no sea Tom Hardy, pero me faltaría hablar de un par de personajes más de estos pretenciosos y ridículamente huecos, aunque en un principio parezcan originales: 

El criado contestón Brace (David Hayman), sirviente del padre y, por añadidura, del hijo, cuando reaparece de entre los muertos, que va a menos hasta quedarse en tierra por haber (spoiler spoiler spoiler) envenenado al padre, una de las preocupaciones iniciales de James pero que después qué importa; Godfrey (Edward Hogg), el secretario de la East India Company, que en sus ratos libres se disfraza de mujer (¿es transgresora la serie por mostrarnos a un transexual del siglo XIX? Más bien un guiño sin más); Lorna Bow (Jessie Buckley), la última (se ve) esposa del padre de James, que pasará en un santiamén de engorro para los planes de Delaney a una de sus principales aliadas, aunque esa transición no tenga demasiado sentido; Atticus (Stephen Graham, Al Capone en Boardwalk Empire), el típico "conseguidor" de cosas que acabará en la Hardyparty como un abnegado más y yo creo que en algún momento pronunciará la frase "Yo de mayor quiero ser Hardy"; la prostituta Helga (Franka Potente, qué asco verla con tanto hierro en la boca), cuya hija Winter es asesinada, por lo que vuelve a ponerse en contra de James; Dumbarton (Michael Kelly, Doug Stamper en House of Cards), el infiltrado norteamericano que se dedica a teñir telas y (oh, spoiler, spoiler, spoiler) acaba no siendo ni siquiera norteamericano (como si tuviera alguna importancia); o Cholmondeley (Tom Hollander), el químico rarito que consigue elaborar la pólvora a Delaney.

Me queda el hijo de James y de Zilpha, que salvará el pellejo de la Hardyband haciéndose pasar por muerto de cólera, y me queda decir que ese ambiente patibulario, de bajos fondos,  esa estética que carga sus tintas en que veamos lo sucia que era Londres y sus londinenses, además de mostrarnos hombres tatuados, niños putrefactos y roñosos, mujeres tísicas y desaliñadas, más que conseguir que nos metamos en la serie, nos ayuda a que nos demos cuenta de que el expresionismo está pasado de rosca.

No hay más horizonte que el que muestra la mirada de Hardy, ni siquiera para dejar espacio a algo de argumento que se pueda reseñar. La segunda temporada nos llevará allá donde quiera que vaya el nuevo barco de Delaney, bien en Norteamérica, bien en África, o bien crearán un continente nuevo que sea Hardylandia, en el cual nuevas muecas intensas puedan ser llevadas a cabo. No me interesa lo más mínimo.

PD: ¿qué tal el lavado de cara? ¿Muy minino? :p

Comentarios