Stardust. Neil Gaiman. Norma editorial


(207 páginas. 4,99€ en el ebook de Amazon. Año de edición: 2001)

La cuestión con Neil Gaiman muchas veces no es si escribe un buen libro, sino si es mejor que alguno que ya conoces. La única duda que me suscita Stardust, más allá de que es una delicia de lectura, es si es mejor que El océano al final del camino. Porque este librito con forma de cuento de hadas extendido sin duda que es una maravilla, un ejemplo (uno más, y van...) de entretenimiento, de narración fantástica llevada con precisión quirúrgica, de encandilamiento absoluto.

Tal vez tenga en un pedestal a Gaiman porque no estaba muy ducho en la novela de fantasía, con La historia interminable ya como eco muy pretérito y sin ninguna sustituta a las espaldas más allá de la saga de Canción de hielo y fuego de George R.R. Martin, pero la imaginería de este autor me parece un derroche de imaginación sin precedentes. No hay libro (casi diría que página) sin algo que te lleve a alguna parte, una frase con resonancias o una situación que te sorprenda.


El viaje de un aventurero por tierras mágicas en busca de una estrella caída del cielo podría resultar original de por sí, pero es que además el capítulo 1 nos introduce en la historia de una manera que después resulta tangencial. Es decir, si tú lees la frase inicial:

"Había una vez un joven que deseaba conquistar el Deseo de su Corazón.",
y a renglón seguido se te aclara 
"Y aunque este principio no sea, en lo que a principios se refiere, demasiado innovador",
más allá de que se nos habla del pueblo de Muro (no el Muro en el que todos pensamos, aunque he de reconocer que al cerrar los ojos e imaginarme este lugar inevitablemente se me ha colado un muro de kilométricas magnitudes) y de que sea un lugar entre dos lugares muy diferentes, uno poblado de magia  ("De haber mencionado la magia o Faerie (...) os habrían sonreído con desdén") y otro más apegado a la normalidad, y más allá de que se circunscriben los hechos al siglo XX y bajo un contexto apegado a la realidad (época de la reina Victoria, en la que Charles Dickens -guiño, homenaje, guiño, guiño- publicaba por entregas Oliver Twist), cuando se nos presenta a Dunstan Thorn creemos que estamos delante de nuestro protagonista.

Y no es así. 


Estamos simplemente ante el padre del protagonista, el cual apenas tendrá más relevancia que la del primer episodio ("Donde sabemos del pueblo de Muro y del curioso acontecimiento que allí se sucede cada nueve años"), no como la madre, que está bajo el yugo de una bruja llamada Semele (me gusta que una mala mezquina, calculadora y avara tenga el tratamiento que se le depara, con protagonismo y con un final que se presumía luctuoso pero luego no es tal), y de la cual (de la madre, no de la bruja) conoceremos más cosas, aunque hacia el final, cuando se revele su nombre. De modo que el verdadero protagonista, Tristan, adquirirá relevancia a partir del segundo capítulo.


Y de modo que el propio Dunstan, Daisy Hempstock (que pasa a ser madre adoptiva, sin que Tristan lo sepa; me gusta el apellido que tiene, de claras resonancias con El océano), Tommy Forester, Bridget Comfrey (padres de Victoria Forester, de quien se enamora Tristan), el señor Bromios  (el que regenta la 
Taberna Séptima Garza, lugar de reunión destacado entre las gentes de ambos lados del Muro durante el Mercado de las Hadas), el señor Monday (importante por su apellido), e incluso Louisa, hermana (hermanastra en realidad, claro) seis meses menor  que Tristan, son irrelevantes.


Lo que cuenta es el viaje, el destino que le depara a Tristan Thorn más allá de Muro, cuando  le arranca la promesa a Victoria de que si le trae la estrella fugaz le daría "cualquier  cosa que me pidieses". Pronto verá que en el Este no se encuentra perdido, y que las maravillas que experimenta le resultan casi más consustanciales que las rutinas que ha conocido en sus 17 primeros años de vida. Y es que pertenece a Faerie.


En el capítulo 3 es cuando afrontamos la verdadera estructura del libro, con otros frentes que se abren: primero, el de Stormhold, con la sucesión del octogésimo primer señor de allí, ya moribundo, que convoca a sus tres hijos vivos: Primus, Tertius y Septimus, aunque acuden también los cuatro muertos (Secundus, Quintus, Quartus y Sextus, figuras casi invisibles pero siempre constantes, como lo serán Tertius y después Primus); y segundo, con las tres hermanas brujas (elemento recurrente y casi "gaimaniano"): "Las tres mujeres viejas eran las Lilim". La mayor se apresta a buscarla, para lo cual se traga lo que queda del anterior corazón de estrella y así conseguir juventud para las tres.


Cuesta un poco enterarse de que lo que se narra en el capítulo 2 ocurre después de lo del tercero, cuando el padre lanza la piedra que es el Poder de Stormhold al cielo; esta piedra golpeará a la estrella y la hará caer, que es cuando la ven Victoria y Tristan. Es genial, por cierto, volver a leer el libro y darte cuenta de que no hay puntada sin hilo, como cuando se describe al señor de Stormhold y, entre otras cosas, te dice "que engendró ocho hijos -siete de ellos varones- con tres esposas".


Tristan será ayudado por varios personajes a los que no les hace falta más que un puñado de páginas para destacar y alcanzar personalidad definida, como el hombrecillo peludo que aconseja a Tristan no mentir, pero sí seleccionar información ("si te preguntan de dónde vienes, puedes decir "De detrás de mí" y si te preguntan adónde vas, puedes decir "Hacia delante de mí"") y que le entrega la vela para llegar a Babilonia y la cadena de plata para atar a la estrella, como el unicornio que estaba siendo atacado por el león, como el árbol (antiguamente una ninfa) que ayuda a Tristan, como el capitán Johannes Alberic y como Meggot.


Se suceden aventuras como las del bosque adusto que se traga el camino o como cuando la bruja Lilim se hace pasar por posadera durante la noche tormentosa, que contiene momentos escabrosos como la manera de matar al unicornio; como el paseo por las nubes hasta que son rescatados por el Perdita, el barco de los piratas que pesca relámpagos; y otras que se resumen una vez que pisan tierra firme, hasta que se encuentran con la bruja Selene, que convertirá en lirón a Tristan. 


Y luego está Yvaine, la estrella, quejumbrosa y contestataria, con la pierna rota por la caída, asustada y triste por haber perdido su lugar en el firmamento, resentida con Tristan por encadenarla y luego por haberle salvado la vida, cada vez más contenta con su compañía hasta que se pone a cantar,  un ser ingenuo pero sabio, que se va enamorando poco a poco del que fue su captor. 


Se hace corto este libro que hubiera dado para un mayor despliegue, aunque viendo la película te das cuenta de que sus proporciones son exactas, y su genialidad viene delimitada por el final, tan diferente a lo que resulta una película decepcionante, con un final tan tópico, tan distinto al que vemos aquí, con el reconocimiento de los muchachos de su amor, y sus ganas de recorrer mundo, de tener aventuras, de disfrutarse juntos. Estupenda es la nota que le dejan a lady Una: "Hemos sido inevitablemente retenidos por el mundo. Cuenta con volver a vernos cuando nos veas", y estupendo es este párrafo:

"Tristan e Yvaine fueron felices juntos. No para siempre jamás, pues el Tiempo, ese ladrón, a menudo se lo lleva todo a su polvoriento almacén".
Apenas me quedo con el aporte en la peli de que Yvaine solo brilla cuando está feliz, algo que remarca de manera más clara que se ha enamorado de Tristan, y da pena que por ver en enaguas bailando un can-can a Robert de Niro se hayan sacrificado tantas cosas del libro, pero bueno, sirve sobre todo para ver que Gaiman no se ciñe a tópicos preestablecidos sino que su originalidad le lleva a firmar otra obra maravillosa (aunque me sigo quedando con la magia de El océano...).

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