The Blacklist. Temporada 3

(NBC. 23 episodios: 01/10/15 - 19/05/16)
Renovarse o morir suele ser la frase que los guionistas deben de tener presente, y más en series que incurren un tanto en el esquema procedimental, en el que se resuelve un caso en cada episodio mientras la trama de fondo o los personajes principales siguen sus respectivas (y mínimas) evoluciones. En las series no procedimentales también suele ser un buen revulsivo, y a bote pronto se me ocurre el ejemplo de Mad Men, cuando nuestros publicistas se la jugaron dejando la comodidad de su puesto para abrir su propia agencia, o de The Good Wife (la primera vez, cuando Alicia y Cary dejaron a Will Gardner y Diane Lockhard para casi empezar de cero, luego ya lo repetitivo fue que había cambio por temporada).

Contiene spoilers

El interesante giro del final de la segunda temporada, en el que Elizabeth Keen acababa siendo una fugitiva buscada y ya por tanto no una agente del FBI, lograba de un plumazo modificar  ese patrón reconocible (y repetitivo) en el que Raymond Reddington proponía la búsqueda y captura (o muerte) de un criminal buscado pero nunca encontrado hasta llegar él, que solía beneficiarse de alguna manera u otra con el caso, o Elizabeth de forma indirecta.

La primera parte de la temporada no ha tenido respiro y era muy interesante ver a Liz en el bando contrario que los Ressler, Navabi, Cooper y Aram (Mojatabai es un apellido demasiado complejo como para acudir a él). Una especie de ménage à trois entre la pareja protagonista, sus compañeros y ahora rivales y el malo maloso de turno, aderezado de la doble nacionalidad de Keen/Restova, americana y rusa. Apenas había respiro, porque había que sumarle que Dembe estaba en manos de Solomon Tom Keen también estaba intentando por su cuenta exonerar a su esposa, como el propio Red, que trataba de desmantelar a la Cabala quitándose de en medio al Director

Una vez conseguido, justo después del parón navideño, tocaba ver cómo se restituían las piezas. Liz volvía al redil del grupo, pero como asesora externa, puesto que aunque dejaba de ser una fugitiva seguía teniendo manchado el expediente y prácticamente trabajaba más para Red. La complicación venía del interior de Elizabeth. El embarazo de la actriz había que gestionarlo y qué mejor que incorporarlo a la trama. Lo tengo, o no lo tengo, he ahí la duda. Y he ahí a la cansina de Liz, echándole las culpas para variar a Red de todo lo malo que le pasa.

El caso es que al final Tom y Elizabeth deciden casarse y llega entonces el episodio 18 en el que todo parece tambalearse, pues el puñetazo en la mesa es un órdago en toda regla. La persecución (absurda por otra parte porque no se entiende que huyan en coche solos cuando hay un ejército buscando a Elizabeth) termina de manera abrupta y de repente la coprotagonista de la serie fallece y no parece que sea un nuevo truco de Red para conseguir salvar a su protegida pese a todos los pesares. Y parece que Agnes, la recién nacida, será la sustituta de Liz.

Como le sigue un episodio de lo más extraño y sin relación con los patrones establecidos de la serie, la duda se mantiene: Red, desorientado y devastado, aparece como protagonista absoluto (no le hace falta acaparar todos los minutos en pantalla para serlo, por otra parte), en lo que parece un ajuste de cuentas con el pasado, con un toque onírico o de típica película en la que al final todo estaba en la mente del prota.

Y como seguimos con el equipo pactando con el demonio, demonio con la piel de Susan Hargrave (Famke Janssen, o Jean Grey para más señas), una especie de alter ego de Red (el último episodio se abre con ella dándole la vuelta a un tailandés contándole su vida como lo hubiera hecho el mismísimo Reddington) de altos vuelos, con su propia organización paralela, en la que trabajan Solomon o Nez, los en principio responsables del asesinato de Elizabeth, seguimos pensando que está muerta (y hasta casi fantaseamos con ello, y cómo seguiría la serie sin ella).

Aunque parece que es la madre de Liz la que está detrás del intento de secuestro de Masha/Liz, en el último episodio vemos que era el padre, ahora bajo el nombre de Alexander Kirk (Ulrich Thomsen, al que le pega el papel de antagonista, como en Banshee). Toca resolver, pues, cuál es la relación con este hombre por parte de Red, aunque es de suponer que el padre no era trigo limpio y que su mujer tendría algún tipo de relación con él antes de ser un criminal tan buscado.

Más allá de lo hiperbólico, de esa confluencia cósmica de casualidades (como la de Susan como madre de Tom), más allá de esos giros retorcidos para explicar la muerte de Elizabeth, obra de Katherine Kaplan, mano derecha de Red, que consiguió improvisar un plan casi perfecto para tratar de salvar a Liz de las mentiras de Red; más allá de que la inverosimilitud es marca de la casa, más allá de que los problemas vienen siempre que algún personaje duda de las capacidades casi infinitas de Reddington para gestionar los problemas que para cualquier otro serían callejones sin salida, lo cierto es que esta serie cumple su cometido de entretener. 

Puede darnos más o menos pereza que se tarde tanto en resolver el secreto de la relación entre Red y Liz, puede cansarnos que los secundarios estén trazados de manera tan gruesa (el íntegro y acartonado de Donald Ressler, el socarrón y buenazo de Aram -pajillero del autobús le llama acertadísimamente Red-, la no se sabe muy bien qué pinta de Navabi, el recto pero más flexible de Harold Cooper), puede que cueste salir de este "más difícil todavía" en el que nos hallamos, pero el carisma de Red lo puede todo, incluso las ganas de muchos espectadores de que Elizabeth deje de ser tan estúpida o muera en el intento, como ilusamente creímos... 

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