Sandman. Vidas breves (VII). Neil Gaiman. ECC

(256 páginas.17,95€. Año de edición: 2014)
Habrá que premiar a Gaiman cuando algún volumen de esta saga sea aburrido o irrelevante. O cuando resulte que sus historias no se imbrican entre sí o sus personajes no dejen de sorprender. Habrá que premiarle cuando Muerte no sea una de las creaciones más estupendas que ha habido no ya en los cómics, sino en cualquier ejemplar de ficción. O cuando no contribuya a que los diferentes puntos de vista de los dibujantes (en este caso y creo que por primera vez sólo Jill Thompson está al frente de los pinceles) no nos aporten variantes enriquecedoras a este universo de los Eternos. O, cambiando de enfoque, habrá que castigar a este autor por empeñarse en levantar una obra de arte con este personaje de estética gótica y humor contrito y lánguido.

Vidas breves aporta la novedad de acercarnos a la visión de los dioses que aparecía en American Gods: cómo las divinidades son reemplazadas u olvidadas por los seres humanos, con una visión sorprendente y posmoderna en la que resulta que nosotros somos los que encumbramos o socavamos a las deidades, pese a que estas en teoría o en potencia tengan superpoderes tan bestias como una vida ilimitada. Además de eso, tenemos una especie de road movie de lo más extraña y divertida con Sueño y Delirio mezclados entre los mortales (genial cuando ella se pone al volante). ¿Objetivo? Encontrar a Destrucción, el Eterno que renunció a su cargo 300 años antes.

A pesar del título, que invitaba a que este séptimo volumen de la entrega fuera construido a base de relatos breves e independientes, nos encontramos con que durante los nueve números de los que consta el libro (cada uno de los cuales viene con algo así como epígrafes en los que está subdividido) hay un hilo argumental único y definido, aunque eso no quiere decir que estemos delante de una historia lineal sin más. Todo lo contrario: saltos al pasado, inicio que parece extemporáneo que luego descubres como ejemplo de in medias res, historias tangenciales desarrolladas casi en paralelo...

Entre las caras (o cabezas, más bien) conocidas en volúmenes anteriores, la más destacada, puesto que abre y cierra el libro, es la de Orfeo, aparecido en Fábulas y reflejos, que aquí está en una isla custodiado por una especie de Orden que ahora está encabezada por el anciano Andros. Al margen de este personaje clave para el engranaje de la historia, tenemos a la diosa Bast encarnada en forma de gata sexy, a  Faramond-Farrell, uno de los dioses olvidados, que les proporcionará una guía, Ruby... Aparecen (y desaparecen) algunos relacionados con Destrucción, que Delirio ha escrito en una lista: uno de los ancianos, el abogado Bernie Capax, a quien le cae un muro encima; Etain, que logra escapar de la explosión por los pelos y huye; el anciano Leib-Olmai, que se transforma en oso y se traga su sombra (o algo así en el ritual que emprende para huir); y la bailarina de pool dance Ishtar, antiguamente la diosa Astarté, o Belili,  con quien contacta por medio de su amiga Tiffany

Los más recurrentes, claro está, son los siete Eternos: luminosa y esporádica (como siempre) Muerte; atormentada Desesperación; menos beligerante que otras veces Deseo; inescrutable y serio Destino...

La estrella invitada en esta ocasión es Delirio, que va cambiando de aspecto a lo largo de las páginas, según su estado de ánimo, muy cambiante y desequilibrado, aunque prevalecen esos ojos dispares (uno de cada color, salvo el único momento en que recupera un poco la cordura para defender a Sueño, desvalido cuando Destino le revela la identidad del Oráculo a quien acudir para averiguar el paradero de Destrucción) y esos bocadillos en forma de nube flácida con texto en mayúsculas y negrita, irregulares, y con fondo de colores cambiantes. Se deja ver que la hermana menor, inestable, infantil y perdida en sus divagaciones, no siempre fue así, y por eso se la conocía como Deleite ("¿Sabes por qué dejé de ser Deleite, Hermano? Yo sí. Hay cosas que no están en tu libro. Hay caminos fuera de este jardín. Harías bien en recordarlo"). Su Reino es un compendio perfecto de arte surrealista y sus preguntas son irrebatibles ("¿Alguna vez te has pasado días y días creando sabores de helado que nadie ha probado? ¿Como helado de pollo y teléfono?").

Por otra parte, el buscado, Destrucción, es el otro Eterno protagonista. Le acompaña en su retiro griego el perro parlante Barnabas, con quien mantiene alguna conversación muy divertida y que luego legará a su hermanita. Lo interesante de él, aparte del retiro de sus obligaciones, es que se sienta tan ligado a los humanos, quizá porque comparte con ellos las mismas inquietudes existenciales. Se le ve pintando, cocinando, componiendo poemas, intentando aprovechar el tiempo. Le acompaña su sello (la espada) y una piscina a modo de sistema de alarma. Fue el hermano más estimado por todos (Desesperación recuerda con tristeza el beso que la dio el año de la peste, por ejemplo; Delirio, cuando dejó de ser Deleite, se sintió amparada por él, que le dijo que las cosas cambian. "Ella supo que era verdad. Y que no podía evitarlo"), pero no quería seguir cargando con sus responsabilidades. Sus reflexiones metafísicas enriquecen el relato:
"Puedo fingir que las cosas duran. Puedo fingir que las vidas duran algo más que un momento. Los dioses vienen y se van. Los mortales parpadean, brillan y se apagan. Los mundos no duran. Las estrellas y las galaxias son cosas fugaces y efímeras que titilan como luciérnagas y se apagan en el frío y el polvo. Pero puedo fingir 
La vida, como el tiempo, es un viaje a través de la oscuridad". 
Por último, Sueño sigue en su línea, aunque se percibe una cierta evolución que no dejan de notar Destrucción u Orfeo. Sigue melancólico y romántico, sus siervos a veces no lo entienden (Lucien sigue fiel; Nuala a veces le compadece; la calabaza parlante, Mervyn, incluso se mofa de él; el cuervo Matthew se desespera un poco; en un flashback reaparece el Corinto...), pero al final de la aventura parece más empático. Lo más extraño es que sufre una depresión porque una amada, de la cual yo juraría que no sabíamos nada los lectores, le abandona porque le deja de querer. Lucien, al relatar sus anteriores amores, habla de Nada, de Calíope, de Eleanora, y esta es nueva. Aparte de eso, su relación con Delirio es curiosa, una mezcla de afecto, incomprensión y paciencia. Cuando le pide perdón, es enternecedor.

Como siempre, la riqueza de la lectura te empuja a alguna relectura para entender claves que te habías dejado en el tintero. Las transiciones entre historias son apabullantes (como la que pasa de Destino a la isla donde está Orfeo), hay detalles visuales muy logrados, como las escenas del encuentro entre Ishtar y Sueño, así como el baile póstumo de esta. Complejidad, versiones de mitos y mucha fabulación de la buena para variar, y una manera de narrar que se resume en el propio resumen de las últimas páginas dando cuenta de los personajes secundarios que aparecen. Ah, y Muerte, ese hallazgo.

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