Bahía blanca. Martín Kohan. Anagrama

(280 páginas. 17,90€. Año de edición: 2012)
Hay una atracción evidente en las muchas ciudades de las que se dicen cosas buenas. Pero no puede ni lejanamente compararse con la atracción de una ciudad de la que siempre o casi siempre se dicen cosas adversas. Por eso Bahía Blanca, la puerta de acceso a la Patagonia en el sur de la provincia de Buenos Aires, es la heroína de esta novela. Porque una ciudad así cargada de negatividad se vuelve un lugar ideal para alguien que necesita olvidar, anular, suprimir, negar. Y es eso lo que le sucede a Mario Novoa, el héroe o antihéroe de esta historia. Porque su historia de amor ha llegado a ese punto terrible en el que lo desesperado y lo impasible se unen y funcionan a la vez. Y cuando eso pasa, no hay otra opción más que el olvido. 

Un final totalmente abierto para un personaje totalmente cerrado. Mario Novoa (no nombrado hasta que avanza mucho la narración) es otro extraño miembro de la galería de historias grises, opacas, densas, insípidas e incluso viscosas de las que hace gala este escritor argentino cuya voz no tiene parangón con otros, cuyo estilo es único y genuino, a pesar de que en rigor no parece que destaque mucho o que sea un perseguidor de novedades o de riesgos. Hablar de personajes apáticos, abúlicos, indiferentes, despreciables, pero de una manera que te atrape y te fascine es reconocerle el mérito a este gran novelista.

Empezando por el título, la ciudad argentina de Bahía Blanca, y prosiguiendo por todos los detalles que quedan sueltos, desvaídos, disparejos, tenemos una novela con una estructura lineal, fragmentada y desigual que finaliza de manera abrupta. Si empezamos con lo que es un diario donde los días transcurren desde el 10 de agosto, llegamos a la primera ruptura: la aparición de Ernesto Sidi, un amigo de juventud que desbarata los planes de Mario, los cuales consisten e dejarse llevar, en perderse o diluirse en una ciudad que acumula rasgos negativos ("Bahía Blanca, en cambio, que era nada, o mejor que nada, una pura negatividad, me aseguraba un corte perfecto"), en no pensar demasiado fijo en nada. 

Y a fe que lo consigue. Apenas se dirige a un locutorio para borrar el spam de su correo y desear (pero tampoco demasiado) a Silvana, la chica que lo lleva (y que tiene una doble vida, pues es una de las chicas del Black Cat, un bar de copas), apenas habla con un vecino de quien ni conoce el nombre, apenas recibe las visitas de tres catequistas (la chica, o mejor dicho, su nuca, le perturba). Esta parte de la novela es la que revela el secreto de Mario y marca un cambio de ritmo importante, puesto que la acción se precipita.

Desde que se inicia la novela sabemos que el protagonista oculta algo, aunque sea para sí mismo. Se oculta con la excusa de una investigación universitaria sobre Martínez Estrada, un autor a quien ni ha leído. Esta primera parte de la novela puede parecer aburrida porque este hombre no hace nada en especial, sin tele, ni radio ni apenas comodidades, salvo soñar obsesivamente con un león plateado. Tiene un mes de plazo y aunque parece que se quedará en ese lugar que parece idóneo para él, no pasa eso a raíz del encuentro con Ernesto. 

La segunda ruptura llega luego, a poco más de 100 páginas del final: los días dejan de ser divisibles y se amontonan (primeros días de octubre, siguientes días de octubre, a mediados de octubre, último día de octubre), coincidiendo con la vuelta a Buenos Aires y a la vida bastante similar a la que Mario llevaba en Bahía Blanca (la única nota distinta sería que entabla una conversación por correo electrónico con un estudiante que reflexiona oportunamente sobre la obra Crimen y castigo), para llegar a una división espacial, marcada por la cercanía de Patricia, su ex mujer (antes hemos visto cómo frecuenta el balcón de su antigua casa, anotando los cambios que se producen con disgusto; y también nos ha hablado de un par de combates de boxeo que revelan, como se indica en esta reseña, su manera de entender la vida o los problemas): Salguero y Juncal, Juncal y Coronel Díaz, Coronel Díaz y Beruti..., que deriva en el número de kilómetros que recorren en el Peugeot de Patricia, con quien se encuentra de forma "casual" a la salida de la casa de ella. Y poco más, salvo este último fracaso del que parece intentar escapar acumulando nuevas insignificancias.

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