Aeropuerto de Funchal. Ignacio Martínez de Pisón. Booket (12/04/11)

(192 páginas. 6,95€. Año de edición: 2010)
Esta recopilación de algunos de sus mejores relatos hace gala de una virtud evidente: la maestría de Martínez de Pisón, uno de los mejores narradores del panorama actual, a la hora de abordar historias sin necesidad de recurrir a componentes peregrinos, extravagantes  o extremos. Maestro de las crónicas, podríamos llamarlas, de la normalidad. Al mismo tiempo, esta colección de relatos te hace darte cuenta de que este autor se maneja mejor en distancias largas y de hecho muchos de sus relatos incumplen reglas básicas del relato corto: abundancia de detalles, desarrollo psicológico de los personajes. Alejado de lo que podría ser Cortázar, como dice la cubierta del libro, “se decanta por la pincelada suave, la penetración psicológica y la sutileza expresiva del mejor Chéjov”. 

Particularmente, me han gustado más los relatos iniciales que los últimos, aunque no sé si se ha seguido un criterio cronológico. Por ejemplo, Los nocturnos consiste en el relato de Ramón, Moncho, el Persianas, saxofonista y ahora promotor de la Orquesta Splendid, que toca en pueblos, en el transcurso de la Iveco durante una noche de traslado, sobre su gran amor hacia Lorena, a quien puso de cantante pese a no tener aptitudes para ello. Así, pues, el narrador es en realidad un confidente, del que sólo sabemos que es llamado por Ramón como chico. Para Ramón, el amor es como la canción de Chopin, Los Nocturnos: bellos, pero “tristes, muy tristes”.

La hora de la muerte de los pájaros es quizá mi favorito: relato rememorando los veranos del narrador en 1ª persona y su hermano Javier, que va en silla de ruedas. Acompañados de su madre y Avelina, que trabajaba para la familia desde hacía muchos años. A las andanzas libres de estos niños durante las vacaciones se les une Alicia, hija de su tío Luis, y ahí surge el amor para él, un amor que no tendrá más recorrido que un verano, puesto que luego ella crece y no le corresponde. Muy evocador, transmite una cierta melancolía al mismo tiempo que una agradable sensación de nostalgia.

Boda en el hotel Colón es un relato curioso, puesto que su protagonista, Anselmo Soler, se especializa en colarse en las bodas que se celebran en el hotel Colón, consiguiendo aportar un toque de distinción y de maestría tales que consigue ser el centro de atención al mismo tiempo que las anima y las dota del ritmo exacto para que la celebración de boda pueda ser considerada como exitosa, alejada del tedio y de la vulgaridad. Emilio Gracia, jefe de camareros del hotel, aunque al principio está disgustado con él, luego, a raíz de un incidente en otra boda posterior en la que le desenmascaran, ante su falta, se encargará él mismo de traerlo de vuelta, para lo cual mete la pata asombrosamente en un enlace de poca monta en el que Anselmo era el tío.

Siempre hay un perro al acecho es el más angustioso y extraño: de nuevo en 1ª persona, los padres de Marta festejan la curación de su hija queriendo salir de vacaciones a Lisboa. Una serie de datos inquietantes van arrojando un poso de malestar e inquietud: ¿cuál es la naturaleza de la enfermedad de la niña?, ¿por qué resulta tan traumática la separación de su perro, Gandul, al partir de viaje?, ¿la sensación deprimente de la perrera en la que lo dejan es la semilla para una serie de posteriores reproches? Por si fuera poco, esta sensación va aumentando conforme en la carretera se van encontrando con multitud de cadáveres de perros, rematándolo con el atropello de un perro, por más que haya algunos puntuales momentos de dicha. La crispación del padre llega a su máximo y la tensión en el núcleo familiar ya no se intuye, sino que se palpa: tanto la niña como la madre, Giovanna, echan la culpa del empecinamiento por el viaje al padre y la separación del querido perro. Por si fuera poco, la niña recae y aquí llega la espiral desastrosa: Gandul ha muerto en la perrera y se confirma el peor de los presagios: la niña ha recaído y no saldrá de esa. Para rematar, la niña culpa al padre de la muerte del perro y la madre de la niña. Angustioso.

El filo de unos ojos es el que menos me ha gustado. El narrador en 1ª persona se queda en Barcelona con su primo, que es un especialista en fastidiar a vendedores ambulantes a base de bien. La historia personal del trabajo del narrador, una revista literaria, queda en 2º plano respecto a la afición del primo por humillar a los vendedores, gracias, en parte, al filo de su mirada. El narrador, lejos de enfrentarse al primo, acabará secundándole.

Foto de familia trata sobre la comida familiar celebrando las bodas de plata de los padres del narrador y de Julia, bodas especiales porque el padre está enfermo y porque al novio de Julia, Jorge, de Madrid, no lo conoce nadie en la familia salvo él (es una familia tradicional). Todo se tuerce cuando Jorge, incumpliendo su promesa de no volver a beber, habla más de la cuenta y arruina la foto de familia, sobre todo porque el narrador se ve fuera de sí con respecto al proceder de Jorge, proceder que Julia le permite.

En El ramo más grande de Valladolid, el narrador en 1ª persona (cuyo rasgo más acusado es su silencio, por lo que es llamado Mudito) forma parte de un grupo que simula cástings para conseguir escenas de chicas desnudándose y masturbándose para luego colocar en Internet. Tienen una serie de reglas al respecto, pero en Valladolid incumplen una: no pernoctar en la misma ciudad nunca. Y es que Marcos, el jefe, reconoce a su hija María Jesús e interrumpe su escena, para luego invitarla a cenar con ellos. Aunque en principio ella no parece reconocer al padre que abandonó a su madre y a ella, después de darle algo de dinero y comprarle un ramo de flores enorme para que se lo dé a su madre, al acudir al hotel donde se hospedan, la policía coge a Marcos.

Por último, Aeropuerto de Funchal narra en 3ª persona cómo Elena añora a su amante Frank y detesta a su marido, Carlos, a pesar de que la lleva de vacaciones a la isla de Madeira, de donde provenía la postal que le había mandado Frank hace cuatro años. Y es que los catorce años que se llevan le pesan a Elena, que eligió la estabilidad antes que lo que representaba Frank. El viaje acentúa todavía más esa distancia y esa añoranza al amante e incluso Elena amenaza a Carlos con dejarle. Al día siguiente, en el que se niega a ir de excursión con el grupo de jubilados con el que su marido había congeniado, le llegan noticias de la muerte de un turista. Elena piensa que es Carlos, que se ha despeñado al no soportar quedarse sola, y se angustia y tornan de signo sus pensamientos, hasta que ve a Carlos aparecer y de nuevo la insatisfacción y el rencor reaparecen.

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