Plata quemada. Ricardo Piglia. Anagrama Compactos (15/03/11)

(254 páginas. 8€. Año de edición: 2006)
Reconstrucción histórica muy documentada de unos sucesos criminales en Buenos Aires y Montevideo en los que una banda de atracadores (drogadictos, homosexuales y asesinos) siembran el pánico y la muerte allá donde pasan. Son el gaucho Dorda, el Nene Brignione y el cuervo Mereles. Asistidos por el cerebro Malito y (al menos eso se esboza) sustentados o patrocinados o auspiciados por autoridades, estos asesinos deciden robarse el dinero huyendo a Uruguay.

Si ya había habido sangre y muertes durante el atraco, durante el asedio al refugio donde los criminales se atrincheran y que forma parte del principal tramo de la novela, no digamos. Y es que una serie de casualidades, como el cruce de investigaciones o las declaraciones de una chica, Margarita Tarbo, una morochita prostituida que pasa tiempo con Brignione, llevan a la policía al piso donde estos heroinómanos afrontarán una suicida y trágica lucha contra centenares de policías. Van cayendo tanto asesinos sin conciencia como policías (parece que las estrategias llevadas por el corrupto y excesivo comisario Silva no surten efecto).

El caso de 1965 es recreado treinta años después por este autor que mezcla transcripciones reales (y de ahí esos diálogos coloquiales) con suposiciones personales, como pasa con el final de Dorda, que se da al recuerdo de su dura infancia, de su época antes de las drogas.

Relato nihilista de la sociedad, del ser humano, encogen el pecho escenas como el linchamiento de Dorda por parte de los policías y de los curiosos reunidos por el tiroteo cuando lo reducen, así como las escenas donde se pinchan los brazos o matan a sangre fría y se describe cómo queda la cara destruida por las balas.

El antecedente directo y evidente de esta novela es A sangre fría, pero dista mucho del ritmo apasionante la o la introspección lograda por Capote, a pesar de ser similar la pretensión a modo de crónica de los asesinatos casi sin justificaciones. Quizá Piglia no pretenda explicar las motivaciones de unos personajes movidos sólo por la urgencia del síndrome de abstinencia o piense que el componente trágico de esos antihéroes es suficiente motor para la narración, pero puede que no sea bastante, de ahí la sensación de frialdad o alejamiento que te queda. Como dice Javier Marías, un hecho real no tiene por qué dar un buen resultado literario.

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