Hacerse el muerto. Andrés Neuman. Páginas de espuma

(144 páginas. 15€. Año de edición: 2011)
Un libro de relatos siempre corre más riesgos que una novela. Son demasiados los frentes abiertos y los lectores solemos posicionarnos de manera intransigente ante cada pieza, como si un borrón en el conjunto lastrase el conjunto. Muchas veces, sobre todo en los microrrelatos, te preguntas por qué esa mínima conjunción de palabras da como resultado algo parecido al mérito literario (como en Madre música, Sinopsis del hogar o Ambigüedad de las paradojas: "Enterramos a mi madre un sábado al mediodía. Hacía un sol espléndido"). Suerte, casualidad, gustos, son varios los ingredientes que se achacan si consiguen llamarte la atención. Banal, intrascendente, absurdo, chorrada, suelen ser los calificativos que acompañen a las escasas líneas si no te gustan.

Andrés Neuman hace caso a su cuarto mandamiento en su Tercer dodecálogo de un cuentista: "La extrema libertad de un libro de cuentos radica en la posibilidad de empezar de cero en cada pieza. Exigirle unidad sería ponerle un candado al laboratorio" y la variedad es la nota predominante. Si bien muchas veces nos afanamos en encontrarle la unidad de sentido a los distintos cuentos y nos ofuscamos si vamos pasando del humor a la trascendencia, de la introspección a la anécdota, de la grandilocuencia a la intimidad, lo que cuenta es que al final prevalezca la satisfacción. Pues sí, estoy ante un autor que merece la pena. Pues no, no le veo la gracia. Aquí se impone lo primero, porque incluso en los relatos que menos te gustan, no dejas de valorar algún aspecto que lo rescata del olvido (El fusilado por su final; Hacerse el muerto porque todos sobrevivimos a nosotros mismos; Después de Elena por el título, porque se despliegan las envidias y las bajas pasiones que anidan en nosotros, y por su final, cuando el narrador sale de casa y cierra la puerta con llave dejando a sus enemigos Ariel, Rubén y Nora dentro...), aunque siempre se puede escapar alguna excepción como Conversación en los urinarios, donde el humor se basa en diálogos demasiado artificiales.

Raro es el cuento que podrías descartar, aunque es cierto que a medida que se suceden las secciones (Hacerse el muerto, Una silla para alguien, Sinopsis del hogar, Bésame, Platón, Monólogos y monstruos, Breve alegato contra el naturalismo y Apéndice para curiosos) va ganando en relevancia, sobre todo a partir de los relatos que giran en torno a su madre. Te acostumbras al estilo atrevido, expresivo y meditado de cada frase y valoras las estructuras, los personajes, la voz narrativa, los finales, la riquiza léxica. Admiras finales como el de Una carrera ("Pero ella es demasiado rápida") o la plasmación de un instante como en Rotación de la luz. Te descoloca lo sugerido pero no explicado (Una rama más alta, con el niño Arístides que hace frente a la insatisfacción frente al árbol de Navidad, o eso parece; o Anabela y el peñón, en el que la niña que les saca un par de años y abruma con la parte de arriba ya algo llena a los demás y con su valentía para pasar al peñón que está a dos kilómetros a nado, hasta que el niño narrador se atreve no sabe cómo y llega, exhausto, aunque por el camino pierde a Anabela y no se explica qué pasa con ella). Abundan los ejemplos de frases interesantes, de expresiones a las que no queda más remedio de calificar como artísticas:
"¿no morirá así todo el mundo, como puede?" (El fusilado).
"la bala viaja a la semilla del descanso" (Un suicida risueño).
"el culpable solo busca su propio alivio al atender al otro" (Después de Elena).
"Las cosas no se ordenan para que permanezcan, se ordenan para invitar al tiempo a que haga bien su trabajo" (Una silla para alguien).
"¿Cómo dormir con alguien incapaz de confiar en la hospitalidad del azar?" (Teoría de las cuerdas).
Si se suele decir que todo es cuestión de gustos, destacaré algunos de los mis favoritos: Estar descalzo, donde establece paralelismos entre su padre muerto y él a través de los zapatos de su padre; Madre atrás, sobre la enfermedad de la madre y la proximidad de su muerte, es simplemente precioso, con momentos llenos de ternura y delicadeza ("y antes de terminar escribí en su piel mojada la frase que no había sabido decirle antes, cuando cruzamos juntos la frontera"); Las cosas que no hacemos, o la poética de lo que no se hace como forma de ensalzar una relación amorosa; El infierno de Sor Juana, pese a que el argumento gravita sobre el extremismo de tener como protagonista a una monja que deja los hábitos porque es una ninfómana, y es que el narrador consigue trasladar su fervor por ella y dotarla de ternura; Monólogo de la mirona, la jovencita que se lamenta de que "a mí nunca me pasa nada" porque es incapaz de que su mirada a lo cercano rebase la rutina; Policía cubista y Principio y fin del léxico, por fin microrrelatos que me parecen redondos.

Me gustaría destacar el blog de Neuman, Microrréplicas, así como algunos cuentometrajes del propio autor, en los que las imágenes "colorean"la lectura de los relatos. Como ejemplo, Las cosas que no hacemos

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