El embrujo de Shangai. Juan Marsé. DeBolsillo (30/07/10)

(248 páginas. 6,95€. Año de edición: 2009)
“por mucho que uno mire hacia el futuro, uno crece siempre hacia el pasado, en busca tal vez del primer deslumbramiento”, “Lo contaba así, desde el sedimento limoso de una memoria estancada y pugnando por desprenderse de conjeturas ajenas y emociones”, “Ahora esta ciudad y los días que nacen en ella tienen una luz transitoria y un aire encalmado”, “Ella me pidió que trazara en lápiz rojo la derrota del buque sobre el azul intenso del mar”, “Sentí en la mejilla la suave firmeza del pecho y el rebrinco del pezón”.
Dice mucho de una novela que casi cada página cuente con alguna frase representativa del estilo del autor. La de Juan Marsé es una inconfundible marca de la precisión narrativa, del componente connotativo logrado a base de potentes imágenes y expresiones. Lees algo suyo y te parece bien escrito, con gran fuerza, con sabiduría a la hora de ir dosificándote la tensión y los clímax, pero sobre todo disfrutas con sus poderosas y expresivas descripciones, tanto de espacios (Barcelona, Shanghai), como de personas (Susana, los hermanos Chacón, la señorita Ana, la Betibú, el capitán Blay...). Asimismo, los diálogos coloquiales (algunos mezclando catalán y español) consiguen transmitir la idea de que estamos ante personas de carne y hueso, no creaciones literarias (sí que tendrán ese componente otros elementos de la obra).

El embrujo de Shanghai tiene mucho de relato costumbrista. La Barcelona postrada y gris (o negra, como la nube tóxica proveniente de la chimenea de la fábrica de plexiglás)  de la posguerra, donde Daniel, el narrador, recorre estas calles acompañando por las mañanas al capitán Blay, que se cree el Hombre Invisible (en la guerra perdió a sus hijos y recibió un tiro en la cabeza, por lo que está un poco zumbado, aunque resulta ser quien posee el juicio más acertado sobre lo que pasa a su alrededor).

Suya es la frase inicial: “Los sueños juveniles se corrompen en boca de los adultos”, que es precisamente el tema fundamental de este libro y lo que les ocurrirá a él y a Susana, la niña tísica, a quien acompañará por las tardes también gracias a otra (extravagante) petición del capitán Blay: que la dibuje para reunir firmas de los vecinos y pedir así que alarguen la chimenea de la fábrica. De este modo, pues, Daniel pasará las tardes con Susana en su torre, custodiados por los pícaros y vivaces hermanos Chacón, personajes secundarios, pero que sirven para componer un retrato más eficaz.

Susana, que no puede salir de su cuarto por su enfermedad, vive con su madre, la guapa y rubia (pero alcohólica) señorita Ana, y espera, al igual que Daniel (pero él con menos intensidad) que su padre, el Kim, un maqui revolucionario que está por el sur de Francia tratando de que Franco no se salga con la suya, regrese y se la lleve con ella. Su padre es la figura idealizada que la rescatará de esa vida tan limitada. Daniel, por su parte, quedará prendado de la soñadora y caprichosa niña enferma.

Aunque el Kim no llega, lo hace un compañero suyo, el estrábico (y por momentos misterioso, sus manos tienen propiedades mágicas, es el único elemento digamos que sobrenatural dentro de la novela) Nandu Forcat, falsificador, que se instalará en la casa de Ana y Susana y emprenderá con los niños un viaje imaginario para explicarles el paradero del Kim: resulta haber viajado a Shanghai por un favor de su amigo Michel Lévy, que en París le pide que proteja a su mujer, la hermosísima Chen Jing Fang, del alemán nazi que le destrozó la columna vertebral (le tienen que realizar una doble y difícil operación), que está en Shanghai con otra identidad: Omar/Kruger. Por medio, un matón chino, la amenaza de la revolución comunista de fondo y el esplendor y la peligrosidad de una ciudad bañada por el río Huang-p’u rodean este relato luminoso, aventurero, novelesco.

De este modo, se establece una doble y paralela narración: la que cuenta Daniel con su final de la infancia, la costumbrista, y la que narra Forcat, más propia de la novela negra y de acción, movida por un espíritu idealizado y por momentos demasiado estilizado. Los nueve capítulos, divididos a su vez en escenas (numeradas), de acción lineal, ven enriquecida su estructura con esta técnica de contrapunto que tendrá un desenlace algo brusco con la llegada de otro camarada del Kim, el Denis, que romperá el embrujo del relato de Forcat con un marcado contrapunto, así como los sueños y esperanzas de Susana.
 
El resultado, pues, es una novela entretenida, evocadora, con un marcado componente connotativo y sugeridor, permitiendo varios niveles de lectura e interpretaciones que van más allá de la mera enunciación. Tanto lo más tangible, Barcelona, como lo más vaporoso o irreal, Shanghai; tanto los retratos de los personajes, como la nostálgica y cruel historia que supone la madurez y el crecimiento, consiguen que el lector quede enganchado, embrujado. 

[Puede ser perfectamente una novela recomendable para 4º de la ESO]

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