Cañas y barro. Vicente Blasco Ibáñez. Alianza (Agosto 2009)

(336 páginas. 9,90€. Año de edición: 2009. 1ª edición: 1902)
Leyendo la que suelen señalar como la mejor obra de Blasco Ibáñez, me he dado cuenta de la distancia insalvable entre él y otros autores realistas: no llega a la altura ni de Galdós, ni de Clarín, ni tan siquiera de la también naturalista (con todos los reparos posibles a tal distinción que tampoco alcanza a Blasco Ibáñez) Pardo Bazán.

¿Qué le pierde a un autor dotado de una inmensa capacidad descriptiva (inigualables sus paisajes de la albufera de Valencia) y una no menor habilidad para la narración de sucesos? Tal vez por los mismos condicionantes con los que construye sus novelas, al quedarse con recursos naturalistas que hoy en día suponen una tara, como el determinismo. Además de eso, le lastra también su tendencia a que sus personajes estén trazados de una simple y tosca cualidad que los caracteriza: el vagabundo Sangonera, borracho; el vigoroso Tonet, vago; la bella Neleta, calculadora; el recto Toni, trabajador; el viejo Tío Paloma, representante de la tradición de la Albufera.

No obstante estos lastres, merece la pena este clásico por el mero hecho de transportarte de una manera visual y plástica a lugares como El Palmar y porque la historia, aunque prefigurada con la anécdota de la serpiente Sancha y el pastor al principio (burdamente explicada y referida al final), aunque con tintes folletinescos, posee gran fuerza e interés.

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